Barbie y un burdel


Barbie no llegó a terminar la frase. Miró detrás del policía, y contempló, horrorizada, a Felix, que corría hacia donde estaba ella. De nuevo, su cerebro tomó la más primitiva decisión: huir, huir lejos a ser posible.

-Lo siento- sonrió sensualmente al policía- pero tengo que irme. Otra vez será.
Ahora no tenía tiempo de autoenviarse a la policía. Corrió por donde las dos prostitutas de antes habían huido instantes antes, dejando al policía con la duda de si merecía la pena correr tras una puta barata con la consecuencia de perder gran parte de la mañana (incluida la hora del café, en la que siempre practicaba el ritual de comerse su donut de chocolate con crema por encima). Pero para cuando se decició hacía rato que Barbie se había ido.
Barbie se detuvo, jadeante y cansada: dos maratones diarias eran su límite. Levantó la cabeza, buscando a las dos prostitutas de antes. No las vio por ninguna parte. De hecho en aquella callejuela en la que se había metido en su carrera por escapar de Felix no había ni un alma. Las estrechas paredes estaban cubiertas degrafitis, incluido el maloliente contenedor grisáceo del que salía un olor a podrido, además de un par de bolsas de basura, que la disuadieron del más leve acercamiento. Caminó lentamente, observando con más detenimiento el lugar donde se encontraba. Tropezó con algo y se topó con un viejo gato que sostenía lo que supuso que eran restos de pescado en la boca. En el lomo y en algunas patas le faltaban abundantes mechones de pelo.
-¡Quita, bicho!- gritó Barbie con asco.
De pronto oyó una voz de mujer que le gritaba:
-But where were you, stupid!? Quick, you´ve dawdled enough. Back to work, you have a customer. 
Barbie la miró, sin entender nada. No hablaba inglés. La mujer gritó algo que ella de nuevo no entendió, de modo que la siguió a donde parecía querer llevarla.